Sobrecoge vivir en un país lleno de tumbas clandestinas. En las Transición, que fue un pacto con rehenes, hubo que aparcar el tema. Pero pasado el peligro hay que bajar al sótano.
Decía un personaje de Woody Allen que la comedia era tragedia más tiempo, o algo así. Los muertos del franquismo (a los que algunos llaman « muertecitos ») están ya amortizados para muchos, de ahí que hagan risas con ellos (fíjense lo que en algunos periódicos dió de sí el fusilamiento del abuelo de Zapatero, que es para troncharse, je, je). También la Ley de la Memoria Histórica provoca sus ironías y sus chistes por eso, porqué han pasado los años y la comedia es tragedia más tiempo. A otros, sin embargo, todavía nos sobrecogen las fosas comunes como la de la fotografía. Pone los pelos de punta la idea de vivir en un país lleno de tumbas clandestinas, pues las hay en los caminos, en los campos, en los cementerios, en los patios de las iglesias. Esos esqueletos fueron los cimientos de la dictadura, las bases sobre las que se edificó una España Grande y Libre. Si buscas en los sótanos del franquismo, encontrarás cadáveres de todos los tamaños. Como el monstruo de Amstetten, Franco era el Dios de abajo. Sus dominios eran los calabozos de las comisarías, los sótanos de los cuarteles, las bodegas del Ministerio del Interior. De vez en cuando bajaba al sótano y violaba, rompía piernas o mataba. Luego tomaba té con pastas en la parte de arriba. ¿Por qué no se desenterraron estos muertos durante la Transición? Porque no se pudo, caramba, porque aquello fue un pacto con rehenes y a veces hay que negociar con los atracadores. Pero pasado el peligro conviene bajar al sótano y contabilizar esas víctimas antiguas, aunque no tanto como para burlarse de ellas.
(Juan José Millás. Pág. 13. El Pais Semanal. 30/11/2008)
diumenge, 30 de novembre del 2008
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1 comentari:
Res més a dir.
Aquest paio és realment bo.
J.
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