dilluns, 22 de desembre del 2008

Este tipo estafó al universo _ por Francisco Peregil

El enorme fraude de Bernard Madoff tiene una explicación: su habilidad, el exceso de confianza de sus millonarios clientes y el pésimo control de los reguladores
FRANCISCO PEREGIL 21/12/2008

Hace diez días el agente del FBI Theodore Cacioppi llamó a un apartamento de Manhattan. Sabía que la persona que estaba al otro lado de la puerta no sólo era el hombre que modernizó la Bolsa de Nueva York y consiguió que los intermediarios cambiaran el teléfono por el ordenador, con lo que las operaciones empezaron a cerrarse en segundos en vez de minutos y se podía ganar más dinero en menos tiempo.
No sólo había sido el presidente del Nasdaq, el mercado electrónico de acciones de EE UU. Ahora era el director de una empresa que se dedicaba a la intermediación bursátil y de otra, Bernard Madoff Investment Securities, que asesoraba a grandes inversores particulares y a gestoras de fondos. Su empresa ostentaba el récord de haber pagado beneficios superiores al 8% anual durante 72 meses consecutivos.
Bernard Madoff era, a sus 70 años, un sabio de Wall Street. Pero además, era un buen donante de las campañas electorales del Partido Demócrata y un generoso filántropo. Junto a su esposa, Ruth, dirigía la Fundación Madoff, que el año pasado donó 19 millones de dólares al grupo voluntario Kav Lachayim para que trabajase en escuelas y hospitales de Israel.
Él agente sabía todo eso y Bernard Madoff sabía a qué venía Cacioppi. Según consta en la denuncia por fraude masivo presentada por el investigador del FBI, una vez que el magnate les invitó a pasar a su casa el agente le advirtió:
-Estamos aquí para averiguar si hay una explicación inocente.
Y Madoff le contestó:
-No hay ninguna explicación inocente.
Madoff había empezado a juntar sus primeros ahorros como socorrista en las playas neoyorquinas de Long Island mientras estudiaba Derecho. A los 30 años, sin haber terminado la carrera y con 5.000 dólares en el bolsillo, fundó la empresa que llevaría siempre su nombre. Diez años después incorporó a su hermano Peter al negocio. Y después llegarían sus dos hijos y una nieta abogada.
El jueves 11 de diciembre, frente al agente Cacioppi, el gran sabio de las finanzas reconoció que durante 40 años tuvo a todo el mundo engañado. Que montó su empresa con un esquema fraudulento, que había cometido una estafa por valor de 50.000 millones de dólares (37.470 millones de euros) y que estaba arruinado y dispuesto a ir a la cárcel.
El agente había hablado dos días antes con dos directivos de su empresa. Ellos le contaron cómo a primeros de diciembre Madoff los llamó a su despacho para decirles que se veía obligado a devolver a ciertos inversores unos 7.000 millones de dólares y tenía dificultades para hacerlo. Los ejecutivos creían hasta ese momento que la empresa de Madoff disponía de una liquidez de entre 8.000 y 15.000 millones de dólares para responder a cualquier emergencia.
El martes nueve de diciembre Madoff los llamó de nuevo para comentarles algo aparentemente contradictorio con esa falta de liquidez: quería adelantar a diciembre la paga de los bonos que la compañía pagaba a sus trabajadores en febrero. ¿Por qué? Madoff les advirtió de que no le era posible abordar el asunto en la oficina y los invitó a su apartamento en Manhattan. Una vez allí, el jefe se quitó la careta. Les dijo que su negocio de asesoría financiera era "un fraude", que no tenía "absolutamente nada" de dinero y que antes de entregarse a la policía quería repartir los 200 o 300 millones de dólares que le quedaban entre empleados y familiares. Todo había sido "una gran mentira" sostenida durante cuarenta años sobre un "gigantesco esquema de Ponzi".
El inmigrante de origen italiano Carlo Ponzi (1882-1949) logró ingresar en los manuales de economía cuando en 1919 arruinó a 20.000 personas en Estados Unidos, a las que robó nueve millones de dólares. Ponzi se hizo millonario devolviéndole a algunos clientes el doble de lo invertido en sólo 90 días; eso sí, pagaba con el dinero de otros miles de clientes a los que nunca devolvió nada. En ese sistema, los últimos que llegan son los que están condenados a perder todos sus ahorros. Y los que llegan primero y saben retirarse a tiempo ganan un dinero fácil. Pero el sistema es ilegal, está basado en el engaño. A diferencia del fraude piramidal, en la estafa Ponzi es sólo una persona la que mantiene contacto directo con los inversores, mientras que en la pirámide la víctima también se convierte en estafador.
"Madoff fue más listo que Ponzi", indica un economista afincado en Estados Unidos, "porque él no prometía intereses del 30% ni del 40%, y mucho menos del 100% en tres meses, como Ponzi. Sus fondos de inversión daban unos beneficios de entre el 10% y el 15% al año, lo cual es algo extraordinariamente bueno, pero no escandalosamente bueno. Y aunque lloviese o nevase fuera, él aseguraba ganancias cada mes".
"El alza de la Bolsa y de la vivienda ha permitido todos estos años atrás ocultar muchos errores de gestión", explica el consultor financiero de Washington Isaac Cohen, de 68 años. "El dinero que ingresaba Madoff lo usaba para pagar a algunos de sus clientes. Y cuando dejó de entrar dinero se cayó la escalera. Se quedó sin ingresos para cubrir con las obligaciones".
Tras oír la confesión del jefe, los dos directivos, que en la denuncia del agente Cacioppi aparecen citados como "empleado senior número uno" y "empleado senior número dos", delataron a su jefe. En realidad, los empleados de Madoff eran sus hijos Andrew, de 42 años, y Mark, de 44. Ambos aseguran haber invertido varios millones de dólares en la empresa del padre y desde aquella conversación le retiraron la palabra, según fuentes citadas por la agencia Bloomberg. La policía no ha emprendido acciones contra ellos, pero sí contra Ruth, la esposa de Madoff, por supuesta connivencia en los desfalcos.
Madoff confesó al agente Cacioppi que el fraude podría alcanzar los 50.000 millones de dólares. También le dijo que estaba arruinado. "Pero yo no me puedo creer que 50.000 millones se puedan haber esfumado así como así. Madoff debe haber comprado algo y algún dinero se recuperará", indica Arturo Porzecanski, de 59 años, profesor de finanzas internacionales de la American University, en Washington, quien trabajó durante 30 años en instituciones de Wall Street.
Lo cierto es que no se conoce ni cuánto dinero robó Madoff ni a cuánta gente. La Securities Investor Protection Corporation (SIPC), el organismo que tratará de recuperar el capital de los inversores, ha advertido que se puede tardar hasta seis meses en aclarar las cuentas de Madoff. Hay miles de pensionistas adinerados y docenas de entidades financieras entre los afectados. El Banco Santander ha sido uno de los más perjudicados. La imagen de sus sucursales con su logotipo rojo se han mostrado a menudo en los informativos de los principales canales de televisión en Estados Unidos.
No había transcurrido ni medio año desde que la revista Euromoney otorgara en junio al Santander el premio al mejor banco del mundo. Su presidente, Emilio Botín, envió a la ceremonia celebrada en Londres ante los representantes de las principales entidades financieras británicas un discurso pronunciado en inglés. Sus palabras resultaron premonitorias en verano y se han vuelto contra él en invierno: "Como ustedes saben, el Banco Santander es una de las pocas entidades financieras que ha atravesado exitosamente las turbulencias financieras del año pasado sin que se viera afectado por los productos tóxicos. Ustedes pueden preguntarse cómo fue eso posible. Bien, déjenme explicárselo: Si no entiendes completamente un producto, no lo compres; si no comprarías un producto para ti mismo, no lo vendas; y si no conoces a tus clientes muy bien, no les prestes dinero. Si haces estas tres cosas serás un mejor banquero, hijo mío".
El banco Santander pareció seguir bien la primera máxima (si no entiendes completamente un producto, no lo compres), porque apenas invirtió 17 millones de euros en la empresa de Madoff, pero desatendió el segundo precepto (no vendas lo que no comprarías para ti), porque invirtió 2.300 millones con el dinero de sus clientes.
Entre los miles de afectados se encuentra Alicia Koplowitz, una de las mujeres más ricas de España, quien ha podido perder unos 10 millones de euros, y el empresario Juan Abelló. Entre las firmas españolas que invirtieron en Madoff destacan M&B Capital Advisers, de Javier Botín (hijo de Emilio) y Guillermo Morenés (marido de Ana Patricia Botín, hija del presidente del Santander); el BBVA y el propio Santander a través de Optimal, su gestora de hedge funds.
Otras víctimas son el asesor financiero de los famosos de Hollywood, Gerald Breslauer, quien a su vez invirtió dinero del director Steven Spielberg, y entidades humanitarias, además de otros bancos como el británico HSBC, con casi 750 millones de euros, o el BNP, el mayor banco francés por valor de mercado, con unas potenciales pérdidas de 350 millones de euros.
Hay periodistas judíos que han lamentado el daño que Madoff ha infligido a su pueblo y han recordado que entre los estafados también hay organizaciones benéficas judías.
Después del descalabro surge la pregunta: ¿Cómo pudo engañar a Bernard L. Madoff durante casi 40 años a todo el mundo? ¿A sus dos hijos, a su hermano Peter, a PwC, KPMG y Ernst & Young, tres de las cuatro mayores auditoras del mundo, a medios como The Wall Street Journal, bancos como el Santander, a la comisión de valores de EE UU (Securities and Exchange Commission, SEC), en cuya plantilla de 3.000 empleados hay 400 técnicos cuya misión es precisamente velar para que no se perpetren fraudes cómo éste? Hubo periodistas especializados en hedge funds, como Michel Ocrant, que en 2001 entrevistó durante varias horas a Madoff porque tenía ligeras sospechas sobre su negocio. Y lo vio tan sereno y seguro de sí mismo que salió convencido de que Madoff, sencillamente, había dado con una gran fórmula de hacer dinero.
Es verdad que Madoff poseía una gran capacidad de convicción. Para meter la mano en los bolsillos mejor protegidos del mundo tuvo que limarse bien las uñas. Madoff transmitía riqueza, pero no excesiva ostentación. Seguridad, pero no codicia. Cada vez que visitaba su barbería predilecta en la avenida Worth de Palm Beach (Florida) se gastaba el equivalente a 15 euros en manicura, 45 en el corte de pelo y 27 en el afeitado. Vive en un piso que compró en 1990 a diez manzanas de su oficina por 3,3 millones de dólares; tiene otra casa frente a las playas de Long Island, donde solía invitar a sus empleados, y es propietario también de una vivienda valorada en 21 millones de dólares junto a las canchas de golf del Palm Beach Country Club. Y posee un yate de 16 metros de largo que compró en 1977 por 462.000 dólares. En definitiva, tres casas, un yate y el abono de socio a unos selectos clubes de golf, donde solía jugar junto a su esposa.
"Todos los tramposos son simpáticos. Y él lo era hasta el punto de que iba a los funerales de sus inversores", explica el consultor Isaac Cohen. Es verdad que el aura de triunfador ayuda a convencer a los demás, pero no basta para explicar por qué cayeron tan ingenuamente en sus redes tantísimos expertos financieros. ¿Cómo pudo, entonces, engañar a todos? En la pregunta está la trampa. Se trata de uno de los mayores fraudes financieros de la historia, si no el mayor. Pero Madoff no engañó a todos.
Hubo alguna entidad, como la francesa Société Générale, que cumplió con su deber de supervisar el lugar donde pensaba invertir el dinero de sus clientes. Hace cinco años, cuando todo lo que rodeaba a Madoff olía a prestigio y solvencia, un equipo del banco acudió a la oficina de Manhattan para efectuar una supervisión rutinaria. Y vieron que los números no cuadraban. Lo mismo ocurrió con Aksia, una empresa neoyorquina especializada en asesorar sobre fondos de inversión. La gente de Aksia, tras 18 meses de inspecciones, averiguaron el año pasado que la contabilidad de la empresa de Madoff la llevaba la compañía Frieshling & Horowitz. Y detrás esa empresa sólo había tres personas. Una de ellas tenía 78 años y vive en Florida y la otra era una secretaria.
Además, hubo gente como el financiero Harry Markopolos, de Boston, que trabajaba en una empresa rival y venía remitiendo cartas a la SEC ¡desde 1999! en las que denunciaba que Madoff estaba actuando ilegalmente con un sistema Ponzi. "Yo fui el chico que gritó que viene el lobo", declaró Markopolos esta semana. A Markopolos le espolearon sus jefes para que consiguiera los mismo resultados que Madoff.
Pero era imposible. No disponía de pruebas corroborables, pero escribió en el año 2000 una carta que comenzaba diciendo: "Soy un idiota por hacerles perder el tiempo" y en las que pedía que se investigara a Madoff. La carta llegó a Edward Manion, un empleado de la SEC en Boston, que le confió por teléfono: "Esto parece serio". Al año siguiente, la investigación de la SEC en Boston pasó a Nueva York. Pero Manion pidió a Markopolos que siguiera remitiendo informes a la sede central de la SEC. Y así lo hizo durante ocho años.
Por fin, en junio de 2006, la SEC abrió fin una investigación sobre Madoff. Ese mismo año, Eric Swanson, un funcionario de la SEC de nivel medio, conoció a Shana Madoff, una nieta del financiero que trabaja como abogada en la empresa de Madoff. Swanson dejó su puesto en la SEC y se casó el año pasado con Shana. En noviembre de 2007 la SEC concluyó su investigación afirmando que no había evidencia de fraude en la empresa de Madoff. Hay quien se pregunta si en la actitud de la SEC influyó en algo la relación del funcionario Eric Swanson con la nieta de Madoff. Puede incluso que alguien de la SEC cobrara no ya por mirar hacia otro lado -cosa que era imposible puesto que la investigación tenía como objetivo descubrir se había producido un fraude de sistema piramidal-, sino por mentir a sabiendas. O puede que sólo influyera el hecho de que los inspectores de la SEC creían en la magia de Madoff. Los intereses que supuestamente repartía iban hacia arriba cuando todo el mundo se precipitaba hacia el fondo de la crisis. Y Madoff siguió jugando al golf y reclutando clientes.
En un acto de asunción de responsabilidad sin precedentes, el presidente de la SEC, Christopher Cox, reconoció que durante casi una década hubo "específicas y creíbles" denuncias contra la empresa de Madoff a las que la Comisión de Valores no prestó atención. Cox ha puesto en marcha una investigación interna. Pero antes de empezarla ya se sabe que la SEC se conformó con estudiar los libros que el propio Madoff le facilitaba, libros que estaban llenos de datos falsos, según reconoce ahora el propio Cox, sin solicitar una autorización judicial para inspeccionar todas las cuentas. Esta semana el presidente electo, Barack Obama, ya nombró a la que será sustituta de Cox en la SEC, Mary Schapiro.
Madoff tampoco logró engañar, probablemente, a algunos inversores que supieron retirarse a tiempo. "Y esos estarán ahora bien calladitos, pero seguro que ganaron un buen dinero", indica un economista afincado en Washington que prefiere no revelar su nombre. Esta fuente del sector considera que el Santander pecó de negligencia. "Se produjo algo parecido a lo de las hipotecas subprime. Un intermediario deposita su confianza en otro, que a su vez la deposita en otro... y al final se evapora el dinero de los clientes del Santander. Es cierto que vivimos hoy en una sociedad en la que todo el mundo se especializa y subcontrata a alguien. Pero si yo dejo mi dinero en el Santander es porque confío en que vaya a hacer el trabajo de supervisión en los fondos que yo no puedo hacer".
Hay quien se pregunta también si de verdad engañó Madoff a sus propios hijos. La empresa de asesoría de Madoff, desde donde se venía cometiendo el fraude, se encontraba en el piso 17 del edificio Lipstick, y la de corretaje, donde trabajaban el hermano, los hijos y la nieta, en los pisos 18 y 19. Las empresas usaban sistemas informáticos distintos y Madoff guardaba los libros de contabilidad bajo llave. Mientras la empresa de arriba ofrecía una transparencia absoluta, la de abajo era opaca.
¿Por qué confiaron tantos inversores en que de en esa oscuridad del piso 17 su dinero estaba a buen recaudo? El agente Cacioppi deja entrever una posible respuesta citando un párrafo que aparecía en el portal de Internet de la empresa de Madoff: "En la época de las organizaciones sin rostro que pertenecen a otras organizaciones igualmente sin rostro, Bernard L. Madoff Investment Securities vuelve a una época anterior en el mundo financiero: El nombre del propietario está en la puerta. Los clientes saben que Bernard Madoff tiene un interés personal en mantener el intachable historial de retorno sobre las inversiones, negocios justos y altos estándares éticos que siempre han distinguido a esta empresa".
O lo que es lo mismo: la palabra de un hombre es su contrato. A pesar de ser un adalid de los avances electrónicos, Madoff no abría el sistema informático del piso 17 para que los clientes comprobaran la evolución de sus propias inversiones. A cambio, Madoff les vendía su gran aura de persona con acceso a las informaciones más confidenciales de Wall Street. Su nombre estaba en la puerta. Parecía tan fiable que le apodaban el judío de las Letras del Tesoro. Pedirle que desvelara sus métodos, según The Economist, era como pedirle a Coca-Cola que enseñara su fórmula mágica. Madoff cultivaba con tanta convicción su imagen de tipo selectivo que se permitía rechazar clientes adinerados.
Madoff ha pagado una fianza de 10 millones de dólares y ha de llevar un brazalete metálico. Vive ahora bajo un arresto domiciliario que le obliga a permanecer en casa desde las siete de la tarde a las nueve de la mañana. Uno de los principales humoristas del país recordaba que no parece un castigo muy duro para una persona de 70 años pasar la noche en casa. Lo máximo que le puede caer por el fraude cometido son el pago de una multa equivalente a 3,4 millones de euros y 20 años de cárcel.
Entre las muchas explicaciones que puede ofrecer Madoff para contar lo que hizo, no hay ninguna inocente. -

Francisco Peregil _ El Pais_

1 comentari:

Comtessa d´Angeville ha dit...

Pues saps què et dic? Que no me sap gens malament per alguns dels que han perdut uns millonets.