―Siempre cobro antes. Son 70 euros ―dijo ella. La respuesta de Tommy fue sonreír, ladeando un poco la cabeza, por el «tono profesional» que había adoptado ella y también por el alcohol ingerido.
La campanilla del ascensor anunció que habían llegado. Pasaron del ascensor al pasillo y del pasillo a la habitación entre empujones y lametazos. Los billetes quedaron, junto a las llaves, en uno de los bolsillos exteriores del chaquetón de la chica. Una de esas parcas militares de saldo, con capucha, tan larga que le cubría hasta media pantorrilla. Debajo del abrigo, Becky llevaba unos jeans y una camiseta azul muy escotada que destacaba su exuberante figura.
Abrió la puerta de la habitación. Nada del otro mundo. La puerta del baño, una cama doble, dos mesillas y cortinas baratas. Todo con el típico aspecto de los espacios que se usan por horas, aquello en los que confías en que esté limpio, pero prefieres no mirar debajo de la cama, por si acaso.
Becky lo tenía sujeto por el cinturón. Ella dirigía y él se dejaba hacer. Se lo desabrochó, dejando que colgara y tintineara la hebilla. Desabrochó el botón de sus pantalones de trabajo, y le bajó lentamente la bragueta sin dejar de mirarle a los ojos. Su media sonrisa, su mirada, la torpeza con la que lo desabrochaba: todo formaba parte del ritual. Lo estaba poniendo a cien.
Cuando lo tuvo sentado en la cama, con los pantalones y calzoncillos en los pies, le puso una mano en el pecho y empujó levemente para que el chico se tumbara sobre el nórdico.
Él tenía los ojos cerrados… Paladeaba el instante. Sabía que era falso porque había pagado por ello, pero igualmente se sentía deseado y poderoso, un semental dispuesto. Sintió como la mano de la chica se la agarraba. Estaba enorme. Y así se lo hizo saber ella.
―Está enorme… ―Aquello lo hinchó todavía más; Becky conocía todos los resortes.
El chico abrió los ojos. Quería verle la boca llena. Fue entonces cuando reparó en la imagen (de pesadilla) que ofrecía el techo de la habitación. La superficie entera hervía de gusanos y larvas de mosca (algunas eclosionando, otras ya fuera del huevo) en plena actividad. Casi no se veía el color de la pintura. Gusanos pequeños como granos de arroz largo, retozando los unos con los otros… y chillando, con un sonido parecido al de la tiza contra la pizarra, pero en un registro mucho más bajo. El oído humano no puede escucharlo pero el cerebro y los dientes sí; un chirrido insoportable, producido por cientos de gusanos en plena orgía, suspendidos del techo cabeza abajo, comiendo, mutando.
Aquella imagen le había entrado por los ojos en un solo segundo. La primera reacción de Tommy fue cerrarlos. Había tenido un día duro en el trabajo, el hijo de puta del encargado del turno de tarde siempre le jodía; y luego estaba lo que había pasado en casa, con Carla. Los nervios y el cansancio le estaban jugando una mala pasada.
Tommy volvió a abrir los ojos; y lo que vio esta vez fue mucho peor. Había gusanos, larvas, moscas, huevos eclosionando y, en medio de todos ellos, una polla. (¡Una polla humana amputada!) Becky seguía trabajándole la suya… Aunque Tommy empezaba a no sentir nada. Supongo que es difícil gozar de una mamada (por muy buena que sea la chica o el chico que te la practica) cuando al mismo tiempo tratas de negar con todas tus fuerzas las imágenes y los sonidos que tus ojos y tus oídos le mandan a tu cerebro.
Sin embargo, para él, el punto de no-retorno fue descubrir que algunas de aquellas larvas y gusanos, en su vorágine, se desprendían… y caían. Hacia el suelo, hacia las mesillas, la cama, hacia él. Tommy no pudo contenerse más y gritó. Se desgarró la garganta con un grito de asco. Y se movió, en un vano intento de escapar de su trayectoria.
La reacción de Becky, puro acto reflejo, fue cerrar las mandíbulas con todas sus fuerzas. Tan inapelable como el mecanismo de una trampa. El grito que había lanzando él, como reacción al espectáculo del techo, se truncó por otro de sus gritos, cuando los dientes de ella se cerraron contra su polla, como dientes metálicos contra la pata de un conejo.
Becky lo tenía sujeto por el cinturón. Ella dirigía y él se dejaba hacer. Se lo desabrochó, dejando que colgara y tintineara la hebilla. Desabrochó el botón de sus pantalones de trabajo, y le bajó lentamente la bragueta sin dejar de mirarle a los ojos. Su media sonrisa, su mirada, la torpeza con la que lo desabrochaba: todo formaba parte del ritual. Lo estaba poniendo a cien.
Cuando lo tuvo sentado en la cama, con los pantalones y calzoncillos en los pies, le puso una mano en el pecho y empujó levemente para que el chico se tumbara sobre el nórdico.
Él tenía los ojos cerrados… Paladeaba el instante. Sabía que era falso porque había pagado por ello, pero igualmente se sentía deseado y poderoso, un semental dispuesto. Sintió como la mano de la chica se la agarraba. Estaba enorme. Y así se lo hizo saber ella.
―Está enorme… ―Aquello lo hinchó todavía más; Becky conocía todos los resortes.
El chico abrió los ojos. Quería verle la boca llena. Fue entonces cuando reparó en la imagen (de pesadilla) que ofrecía el techo de la habitación. La superficie entera hervía de gusanos y larvas de mosca (algunas eclosionando, otras ya fuera del huevo) en plena actividad. Casi no se veía el color de la pintura. Gusanos pequeños como granos de arroz largo, retozando los unos con los otros… y chillando, con un sonido parecido al de la tiza contra la pizarra, pero en un registro mucho más bajo. El oído humano no puede escucharlo pero el cerebro y los dientes sí; un chirrido insoportable, producido por cientos de gusanos en plena orgía, suspendidos del techo cabeza abajo, comiendo, mutando.
Aquella imagen le había entrado por los ojos en un solo segundo. La primera reacción de Tommy fue cerrarlos. Había tenido un día duro en el trabajo, el hijo de puta del encargado del turno de tarde siempre le jodía; y luego estaba lo que había pasado en casa, con Carla. Los nervios y el cansancio le estaban jugando una mala pasada.
Tommy volvió a abrir los ojos; y lo que vio esta vez fue mucho peor. Había gusanos, larvas, moscas, huevos eclosionando y, en medio de todos ellos, una polla. (¡Una polla humana amputada!) Becky seguía trabajándole la suya… Aunque Tommy empezaba a no sentir nada. Supongo que es difícil gozar de una mamada (por muy buena que sea la chica o el chico que te la practica) cuando al mismo tiempo tratas de negar con todas tus fuerzas las imágenes y los sonidos que tus ojos y tus oídos le mandan a tu cerebro.
Sin embargo, para él, el punto de no-retorno fue descubrir que algunas de aquellas larvas y gusanos, en su vorágine, se desprendían… y caían. Hacia el suelo, hacia las mesillas, la cama, hacia él. Tommy no pudo contenerse más y gritó. Se desgarró la garganta con un grito de asco. Y se movió, en un vano intento de escapar de su trayectoria.
La reacción de Becky, puro acto reflejo, fue cerrar las mandíbulas con todas sus fuerzas. Tan inapelable como el mecanismo de una trampa. El grito que había lanzando él, como reacción al espectáculo del techo, se truncó por otro de sus gritos, cuando los dientes de ella se cerraron contra su polla, como dientes metálicos contra la pata de un conejo.
1 comentari:
Jaja... m'ha agradat, molt bo. No vull pensar que algú ha tingut tal experiència, tot i que en un altre context i amb paranoies menys esquerosilles que els gusanos... a tots ens han passat coses extranyes pel cap quan no tocava! Un petó, bon concert el d'Antònia i fins aviat.
A.
Publica un comentari a l'entrada